Thursday, December 1, 2011

Perspectivas

Notas sueltas sobre la coyuntura

Edgardo Sapiaín

La izquierda, su programa y estrategia

¿Se puede aún pretender que se habla de lo mismo cuando de dice ‘izquierda’ y ‘marxismo’?. Evidentemente que no. Quizás y alargándolo bastante, tampoco cuando se hable de leninismo, ya que en estos términos habría que concluir en general que la así llamada globalización es otra etapa de desarrollo del imperialismo. La globalización sería una ‘fase superior del capitalismo’, o más bien la fase superior del imperialismo que a su vez sería la fase superior del capitalismo. Es decir, se podría argumentar que ese sistema aún se adapta y transforma los medios de producción, porque sus posibilidades no se habrían agotado, pese a que sigue coexistiendo en forma ‘desigual y combinada’con estructuras feudales, presentes en gran parte de los continentes que fueron colonias europeas, como África y Asia, por ejemplo en las zonas feudales teocráticas de Afganistán o Pakistán. O con estructuras quizás volátiles que podrían calificarse como neo feudales, como los fluidos regímenes para institucionales que representa la simbiosis entre sectores de poblacionales urbanos marginales y los señores de la droga y las pandillas, como por ejemplo en Brasil y México. Entonces, el imperialismo atravesaría por un proceso de globalización, una subetapa de esa fase superior del capitalismo, que parece ir cambiando—para no usar el engañoso término ‘evolucionando’ para no caer en el progresismo—hacia una etapa de mayor y universal consolidación. Quizás por ahora no podamos concebir esta etapa en plenitud, pero podríamos aventurar que consistirá en parte en la división del mundo y sus recursos y seres humanos entre varios polos imperialistas con su propia zona de influencia (Estados Unidos, India, China, la Unión Europea, Arabia Saudita, Rusia y Cía., Irán, posiblemente Brasil, algunos de los que se vislumbran por ahora). Estos subimperialismos regionales operarían al interior de un consenso mundial basado en el poder nuclear, y que se expresaría en acuerdos internacionales en una situación más o menos estable, más o menos carente de conflicto serio, pero plagada sin embrago de conflictos de baja o mediana intensidad, que darían cabida a constantes reacomodos geopolíticos de influencia en áreas dependientes o neolocoloniales y de influencia, y que mantendrían activa una economía de guerra, o en que el estado de movilización bélica, interna, externa o mixta ocupa una parte importante del proceso económico, abarcando una porción cada vez mayor de la economía general y siendo una fuente creciente de empleo, inversión, comercio e investigación, a que se dedican vastos recursos económicos, materiales y de inteligencia, que adoptan una forma orgánica (armadas, ejércitos) e inorgánica (diversos movimientos irregulares, carteles armados de drogas o tráfico humano o de bienes, milicias religiosas o escuadras de la muerte).

Quizás para Marx hubieran sido impensables ciertas formas que asume la izquierda en la actualidad, como respuesta a situaciones concretas e inabolibles que le han planteado desafíos hasta cierto punto inéditos. Lenin, en cambio, podría haber orientado a esa izquierda de manera que pudiera abarcar los enfrentamientos tácticos—por ejemplo las luchas de independencia nacional, de autonomía de los pueblos—sin perder de vista sus objetivos estratégicos programáticos—básicamente la lucha para establecer sociedades socialistas—, de los que la izquierda en la actualidad pareciera en gran medida carecer, o que quizás ha puesto momentáneamente entreparéntesis por motivos estratégicos, pero que volverán a ser planteados en un primer plano cuando llega la ocasión y se presenten las condiciones. Por lo menos eso esperamos.

Pensamos que a grandes rasgos y de una manera utópica, las bases programáticas de un socialismo actual plantearían puntos programáticos que en realidad no ofrecen mayor novedad con lo que tradicionalmente se han planteado las izquierdas de diversos matices, y además tendrían que elementos a concretizar a escala mundial: un mundo socializado en lo que respecta a la producción, distribución y consumo de los bienes esenciales para la base material de la vida humana y el desarrollo cultural colectivo e individual de los seres humanos, la universalización en tanto derechos inalienables de la educación y la salud. La equivalencia humana, legal y práctica de mujeres y hombres y de los diversos grupos étnicos y manifestaciones etnoculturales. El ejercicio libre de la sexualidad mutuamente consensual. La secularización y naturalización social del meollo moral y ético subyacente a los así llamados mandamientos de las religiones, suprimiendo eso si sus estructuras de poder y de generación de plusvalía económica y cultural. La integración del equilibrio ambiental en los planes de la explotación y aprovechamiento de los recursos naturales, para acercarse a una meta de equilibrio de la población humana y la naturaleza y de cautela frente a la categoría del progreso entendida como desarrollo, que pasa a ser más y más insostenible por la nueva realidad de deterioro ecológico mundial producto de la acción humana. Quizás podría plantearse una meta programático a largo plazo, que denominaríamos provisionalmente stasis: 0 desarrollo económico, 0 aumento de la población.

Claro está que este barrunto de un posible programa socialista futuro unificado y abarcador como el anterior, huele un poco a ciencia ficción y no puede tener una presente concreción ni siquiera a manera programática o pre programática. O se si hace en forma de programa, tendría en la actualidad que adoptar un carácter semiclandestino, ya que en muchas situaciones regionales o nacionales en el mundo, la izquierda implícita o explícitamente apoya la lucha de poblaciones enteras guiadas por sectores dirigentes que parecen empeñados a la vez que en legítimas tareas de autonomía o independencia regionales, en políticas de exclusivismo y limpieza etnocultural o de totalitarismo religioso. Este apoyo de la izquierda es muchas veces irrestricto y traslaticio—al identificar automáticamente como bueno y positivo a cualquier enemigo del imperialismo principal, los EEUU—sustrayéndose así al planteamiento de un discurso socialista y revolucionario a futuro en aras de mantener una política ‘antiimperialista’ en el presente. ¿Cómo se podría por ejemplo apoyar y saludar la lucha por la autonomía de Palestina encabezada por Hamas y a la vez llamar a las mujeres y a los trabajadores palestinos a luchar para el derrocamiento de la teocracia y la implantación del socialismo?. En el horizonte de posibilidades de la izquierda actual, la posibilidad de un discurso programático socialista concreto para muchas regiones conflictivas ni siquiera es eso, una posibilidad, porque ni siquiera se ha planteado. Y quizás ni siquiera pueda plantearse.

En el siglo pasado, ‘modernista’, había un mundo dividido en bloques en que se enfrentaban un mundo occidental capitalista y un bloque socialista, luego de una guerra mundial entre una versión racista, autoritaria, autocrática y xenófoba del capitalismo, y el capitalismo ‘moderno’, democrático y de valores humanistas, en general compartidos por el mundo socialista—los excesos del régimen de Stalin eran en general negados como propaganda occidental—. El socialismo se basaba en el concepto demócrata de un ‘centralismo democrático’ y en la ‘democracia proletaria’ y Sartre sostenía que el marxismo era un humanismo. Se trataba de una guerra europea, la última de las guerras mundiales, y el mundo ex colonial, colonial y dependiente finalizaba sus procesos de liberación nacional y muchas veces adoptaba gobiernos de tipo republicano democrático según el modelo occidental o se declaraban democracias populares. Los partidos socialistas nacionalistas como los Bahai impulsaban y lograban las independencias nacionales de Egipto y Siria por ejemplo. Israel se formaba contra la voluntad de la Unión Soviética que defendía y se alineaba en general con los países árabes y no alineados, cuyas no muy anteriores luchas de liberación nacional se habían llevado a cabo a través de partidos o movimientos decididamente de izquierda en la mayoría de los casos.

A pesar de eso, el espectáculo de las granjas colectivas israelitas defendiéndose contra bandas tribales feudales, era muy diferente al que ofrece el Israel actual, cuya única forma de supervivencia en la actual repartición de poder regional, es la existencia de una crisis permanente que al poner en juego la preponderancia del ‘occidente’ en el área, coloca sus recursos detrás del sostenimiento del estado israelí. La existencia de este estado se cuestiona cada vez más, no tan sólo ya en términos de la legitimidad de su implantación y el desplazamiento de los habitantes palestinos que no quisieron integrarse. Después de todo, ese proceso de arbitrariedad institucional colonial es una versión breve y súbita de procesos que en otros casos pueden tomar milenios, como en caso vasco. Lo que se cuestiona ahora es la existencia misma de un enclave judío en el área. Existe entre los interesados directos la preponderancia de un discurso etnofóbico y religioso, que es distinto al de los liberales occidentales que esgrimen en este caso la argumentación más universal de la auodeterminación de los pueblos y el derecho a un estado nacional. Este derecho se ve como un derecho intrínseco de las agrupaciones etnoculturales con certificado de buena conducta (caso Kosovo) y que no van a contrapelo de los intereses establecidos, y lo esgrimen los demócratas y liberales del occidente y además la izquierda, que agrega básicamente su terminología canónica (fascismo, imperialismo, etc.), pero que carece de todo planteamiento prográmático o discurso distintivo para esa situación.


Una alternativa de izquierda frente al neocolonialismo y el integrismo

Sin pretender abarcar los sucesos que han tenido lugar en todo el mundo durante estos últimos años ni de ser exhaustivos en lo que abordamos, hemos elegido algunos aspectos de la ‘perspectiva mundial’.

Podemos afirmar con satisfacción que las cosas no se presentan demasiado mal para el campo progresista, y a las finales revolucionario, aquí en las Américas. Se mantienen los gobiernos de Evo Morales y Hugo Chávez y los regímenes de Ecuador, Nicaragua, Brasil, Argentina. Va a tener dos años el gobierno de Carlos Mauricio Funes en El Salvador, quizás el proceso político más interesante en América Latina, por su programa y base de apoyo lidereada por el FMLN, invicto en los campos de batalla de la guerra civil y que ahora muestra su versatilidad como la más importante fuerza electoral del país. Un suceso político por muchos exagerado, la derrota en Chile de la concertación política de centro que dirigió al país desde la caída de Pinochet, no cambia mucho las cosas en la región. La Concertación, a quienes sectores interesados quieren hacer aparecer como de izquierda, concretizó y desarrolló el modelo neoliberal que dejó la dictadura, enmarcándolo en una constitución de democracia protegida o controlada, también herencia de la dictadura. Esto de seguro favorece el robustecimiento del eje neoliberal Santiago-Lima ligado estrechamente a los EEUU y que puede expandir en la región la influencia americana y coordinarse, por ejemplo, con el tenebroso régimen colombiano, fruto de una ‘democracia controlada’ que ha sabido articular un régimen democrático institucional con la eliminación literal y física, semi clandestina, de toda oposición social, económica y política. Este evento en Chile es el tubo de ensayo de una nueva y siniestra forma de gobierno liberal democrático que gana elecciones limpias, ayudado por la actividad paralela, no oficial y permanente, de la eliminación de la oposición.

Pese a todas ilusiones sin cumplir o cumplidas a medias de Barak Obama—cuyo mito de redentor social y étnico universal provino en gran medida de una izquierda a veces tan impulsiva y sentimental como las heroínas románticas de las películas mudas—se ha mantenido en el (relativo) poder y ha podido mal que bien hacer pasar sus reformas al seguro de la salud, lo que desde afuera no parece gran cosa, pero que representa el fruto de un movimiento social muy poderoso al interior de Estados Unidos, y que los republicanos que dominan la cámara baja del país no podrán eliminar por completo. Estados Unidos mantiene su papel hegemónico mundial, aunque disminuido por la consolidación de la Unión Europea, la República Rusa y su radio de influencia, sobre todo la presencia en aumento en lo económico principalmente de China y la India, potencias económicas y geopolítcas a mediano plazo, la primera embarcada en un frenético proceso de capitalización y la última atravesando un período de crisis, con movimientos revolucionarios izquierda activos de en varios de sus estados.

La crisis permanente del Medio Oriente sigue sin resolver. El conflicto—muchas veces instigado por el estado israelí con apoyo implícito o explícito del así llamado ‘Occidente’, por ejemplo mediante la construcción de poblaciones para sus nacionales en los territorios en disputa—ha tenido como resultado desplazar del plano político palestino a los sectores progresistas y laicos, dejando pase libre a las facciones integristas que, como en el resto del área, ejercen donde pueden férreas dictaduras teocráticas, misóginas y etnocéntricas, aprovechando el estado de movilización creado por las justas necesidades de liberación nacional motivantes del conflicto.

A este respecto la izquierda ha esgrimido la necesidad urgente de la solidaridad con el pueblo palestino, pero no ha podido matizar su discurso en pro de la liberación y autonomía nacionales, de denuncia del imperialismo, con un llamado progresista o revolucionario, dirigido al pueblo palestino y al mundo, que combine esa necesaria liberación nacional y la lucha contra el neocolonialismo y el imperialismo con temas como la igualdad entre los géneros, el laicicismo y la redistribución de la riqueza hacia un eventual estado socialista. Esto ha producido un vacío del discurso y la práctica políticas de la izquierda hacia el Medio Oriente que tendrá y ha tenido nefastas consecuencias.

En la actualidad, la adhesión y el apoyo de la izquierda a cualquier enemigo de Estados Unidos y sus aliados se da en términos incondicionales, pero sin levantar una alternativa de izquierda para los países de que se trata. El discurso oficial de la izquierda revela la nostalgia de la política de bloques de la guerra fría y en vez de elaborar análisis y práctica política, se recurre a un mecanismo automático: el enemigo del imperialismo es automáticamente revolucionario y dotado de todas las virtudes humanas, culturales y políticas. En fin y quizás repitiendo, lo que ha caracterizado a la izquierda mundial en la crisis de expansión actual del imperialismo hacia el Asia Central, es la falta de una alternativa y su apoyo incondicional a los sectores nacionalistas reaccionarios, básicamente teocráticos, que son quienes han asumido en la región la reacción antiimperialista y las tareas de independencia nacional. Por ejemplo no han faltado quienes desde la izquierda han solidarizado públicamente con el régimen iraní que se está convirtiendo en un sub imperiaslismo regional desde que la derrota de Irak por EEUU hizo entrar a ese país en la órbita de influencia iraní. Este apoyo no ha venido siempre desde aquellos estados que intentan alianzas estratégicas para organizar un frente común contra el enemigo principal, Estados Unidos, política cuya practicalidad se entiende, sino de personeros de la intelectualidad y la cultura de izquierda.

Por nuestra pare imaginamos de manera utópica un discurso de la izquierda internacional sobre la guerra en Afganistán—no una acción, lo que sería muy inalcanzable—que por ejemplo conjugara la necesidad de la derrota de las fuerzas estadounidenses y sus satélites, con un llamado al pueblo afgano a organizarse y luchar contra el feudalismo, la esclavización de las mujeres y por el avance hacia una sociedad laica con más equidad en la distribución de los ingresos. Lo que le falta al discurso y la práctica de la izquierda hacia la región, como en el caso ya mencionado del Medio Oriente, es esa postura que a la vez que condena la agresión de la potencia neocolonial y sus clientes y aliados, presenta una alternativa de avance hacia el socialismo frente a los regímenes plutocráticos integristas.


Algunas perogrulladas en torno a la dependencia

Una palabra útil en la tarea de comprender tanto la historia como la situación presente de Latinoamérica es el concepto de dependencia.

Este término es usado para referirse a la situación de países, o regiones geográficas completas que dependen de otras naciones en lo económico, social y político. La dependencia social, política e incluso cultural se basa en la existencia de esta situación a nivel económico. Esto quiere decir que la vida entera de una nación en el aspecto económico, es decir, la producción, circulación y consumo de bienes, está subordinada a otra nación.

Que dicha economía no se desarrolla principalmente para satisfacer primordialmente y como sería natural las necesidades de la nación dependiente en cuestión, sino las necesidades de otras naciones.

Si la satisfacción de necesidades es el problema básico de toda agrupación humana, y es esta necesidad la que genera una organización social y política, se comprende que una situación de dependencia implica para el país dependiente la imposibilidad de decisión sobre su propia realización como país.

Una situación de dependencia implica una relación entre dos países o regiones: uno que ejercita la dependencia y otro que la sufre. El centro de decisión y organización de dicha relación es el país que ejerce la dependencia. El objeto de dichas decisiones es la entidad dependiente. Se podría decir que la entidad que ejerce la dependencia es en esta relación es el sujeto de esta relación, siendo la entidad dependiente el objeto. El país o región dependiente no tiene una historia que le sea propia, ni verdaderos proyectos nacionales o regionales, sino que su vida económica, institucional y cultural, en mayor o menor medida, serán elaboradas en un centro—o área central— que está fuera de este país. La región o país que ejercita la dependencia, incluye en el cálculo de los planes destinados a su propio desarrollo, los recursos del país o región dependiente.

El país que ejercita la dependencia necesite la pasividad del país dependiente en aquellos aspectos que considere necesarios dentro de sus propios proyectos.

El país dependiente no puede realizarse como una nación en forma autónoma, relacionándose por ejemplo de igual a igual con el resto de las naciones, sino a condición de romper la dependencia. Cualquier intento de independencia real, económica, de la nación o región dependiente, será resistido por la entidad que ejerce la dependencia con todas sus fuerzas, ya que, como se decía, los recursos económicos del país dependiente entran en los proyectos permanentes del país que ejerce la dependencia.

En principio, cualquier planteamiento nacional del país dependiente, sobre todo en lo que respecta a lo económico, representa un peligro para el país que ejercita la dependencia.Hay que aclarar sin embargo que cuando nos referimos a países dependientes hay que considerar dicha dependencia como fruto de una experiencia histórica pasada, generalmente de una colonización.

Además hay dentro de este país sectores sociales que existen gracias a la situación de dependencia, pues son los explotadores y administradores de los intereses de los sectores que ejercitan la dominación desde los países metrópoli.

Existen además en el país dependiente otros sectores y castas que tienen por misión la mantención del estado de cosas propicios para la relación de dependencia, ligados con la institucionalidad, el poder económica local y la represión. Eso no quiere decir que dichos sectores sean en todo momento conscientes del papel que cumplen. Generalmente elaboran una ideología destinada a probar y probarse los beneficios del régimen como el único y el mejor posible, o como el único ante la imposibilidad de otro, y una cultura que asume la concepción de mundo del país/región metropolitanos.

En los países o regiones que ejercen la dependencia, hay a su vez un grupo monopólico empresarial que siendo la viga maestra del poder económico y tecnológico se confunde con la totalidad del país. Las instancias institucionales políticas, a veces reacias a una situación que implica el ejercicio de la opresión más allá de sus fronteras, tienen que agachar la cabeza.

Dichas corporaciones, que además se caracterizan por su multinacionalismo, son las que deciden igualmente sobre la producción, circulación y consumo de bienes en el país que ejercita la dependencia. La división de trabajo a escala mundial ha hecho que el país o región que ejercita la dependencia haya tenido que basar toda su organización social, política y económica en la relación de dependencia: las fuentes de materia prima y el trabajo rentable se encuentran mayoritariamente afuera, en el país o región dependiente.

Así, la dependencia ha conducido a moldear las condiciones de vida también en la sociedad que ejerce la dependencia, cuyo estado actual es impensable en un contexto en que la dependencia haya dejado de existir.

Por tanto, cualquier cambio radical en la sociedad del país que ejercita la dependencia implica la destrucción del sistema de dependencia, así como la liquidación de este sistema por los países dependientes implica el colapso de la sociedad como actualmente existe en los países metrópoli. El lujo y el estándar de vida de estos países desaparecería con dicho cambio. A su vez, la miseria y la superexplotacición que se viven en el país dependiente, sólo pueden desaparecer con el fin de este sistema.

Se puede concluir que la dependencia implica por igual al país o región desarrollados en la relación de dependencia y al país o región colonizados: en tanto los primeros, que profitan del regimen para construir su opulencia, como los segundos, fuente de la que dicha opulencia brota, existen en su forma actual gracias a dicha relación.

Independientemente de las luchas progresistas que sectores sociales o políticos puedan llevar a cabo en el país metrópoli, en el marco de la reivindicación económica por ejemplo, la tarea fundamental de un intento de modificación o reemplazo de la sociedad del país metropolitano, pasa por el problema de la abolición de la dependencia, que a su vez implica la abolición del capitalismo, en tanto la dependencia bajo su forma neoliberal globalizante sigue siendo la forma actual de dicho modo de producción


Allende, nuestro contemporáneo

Con el golpe de estado en Chile se perdió el primer proceso revolucionario electoral chileno. Ya había habido en América Latina antecedentes de golpes contra regímenes progresistas, como el que había sufrido en Brasil Joao Goulart en 1964 y José Torres en Bolivia en 1971. Había una ola de reacción contra los procesos electorales progresistas y las luchas revolucionarias prácticamente en toda América Latina. La coordinación de Estados Unidos y sus aliados del mundo con las altas burguesías latinoamericanas y las fuerzas armadas de los diferentes países, fue derribando uno a uno los procesos progresistas. Salvador Allende, uno de los fundadores del partido socialista chileno, fue sempiterno candidato de coaliciones de izquierda y centro izquierda, como el Frente de Acción Popular (FRAP)en 1964 y luego la Unidad Popular (UP), en que ganó la presidencia. Elegido presidente con un escaso margen, concitó el apoyo político y social, y desde esa precaria situación institucional pese al presidencialismo chileno, y apoyándose en la izquierda en todas sus variantes y en movimientos e instituciones sociales, negoció una conjunto de realidades y legislaciones en todos los niveles de la vida del país, cuyo desarrollo sin oposición hubiera terminado quizás por instaurar una república socialista en Chile.

El golpe marcó una etapa de descrédito de la así llamada ‘vía electoral’ o ‘vía pacífica’. Por décadas se pensó que ese golpe había descalificado esa posibilidad estratégica para la izquierda. En la última década, sin embargo hemos podido presenciar en América Latina el advenimiento de regímenes progresistas y pre revolucionarios surgidos de las urnas, quizás porque las políticas de la administración estadounidense anterior centró sus esfuerzos en regiones geopolíticamente esenciales y en términos de recursos (petróleo), posibilitando como reacción la radicalización y movilización de sectores musulmanes integristas que rápidamente suplantaron a los movimientos progresistas o simplemente democráticos más ‘pro occidentales’ y se adueñaron o bien del poder o bien de la iniciativa de la resistencia armada. Embarcado en una guerra mayormente convencional, una ocupación descuidada, negligente y corrupta (Irak, Afganistán) y una guerra inganable contra una guerrilla con vasto apoyo popular, el Centro del Imperio desvió su atención y recursos del continente latinoamericano, posibilitando así el surgimiento de una vasta ola revolucionaria institucional y electoral, proceso que ha dado nueva vigencia a la figura de Allende, que ha pasado a simbolizar la productividad potencialmente revolucionaria de las instituciones de generación del poder administrativo del sistema que tiene la ‘democracia burguesa’, y lo que es posible lograr en este marco a través de las diversas versiones de proceso electoral.

Allende tuvo en su momento la claridad política que le permitió advertir que una salida revolucionaria no institucional para Chile no iba a tener el mismo resultado positivo que tuvo en Cuba o en el primer período sandinista de Nicaragua, y eso pese a que apoyó a la OLAS, Organización Latinoamericana de Solidaridad de (1967) de la que fue presidente, organización surgida de la Primera Conferencia Tricontinental de Solidaridad Revolucionaria, que en su declaración inicial manifestaba que la lucha armada era un mecanismo adecuado para extender la revolución a toda Latinoamérica. Si bien la historia, la sociedad o la cultura del Chile contemporáneo eran impensables en ese momento sin la presencia histórica de la izquierda, esa misma presencia que se daba abrumadoramente a nivel de las organizaciones sindicales, laborales, culturales y estudiantiles, así como su historia de medio siglo, eran fundamentalmente institucionales y parlamentarias. La izquierda chilena era abrumadoramente electoralista y su estrategia política se manifestaba casi exclusivamente en la presencia en, y control de, las organizaciones sociales y de trabajadores y el eventual acceso a la presidencia en un gobierno de coalición de fuerzas revolucionarias, progresistas y democráticas, moldeada según los frentes populares y antifascistas europeos de décadas pasadas. El realismo estratégico de Salvador Allende le permitió comprender que si bien había otros caminos posibles para la revolución en otros países del continente, la vía en Chile tenía que ser en principio y definitivamente institucional y democrática, al menos en lo que se refiere a la obtención del poder institucional, lo que implicaba lograr la presidencia y la mayoría en el cuerpo legislativo. Así, Allende no era ni termocéfalo, como se denominaba en Chile a los partidarios de una estrategia insurreccional, ni un adicto al fetiche de la ‘democracia burguesa’ por sí misma, tan caro a la socialdemocracia del país. Era más bien un gran estadista que trató de hacer lo posible con los elementos que tenía a su disposición.

En el periodo que se inicia con la derrota de Augusto Pinochet en el plebiscito de 1988 y que va hasta las próximas elecciones en Chile, a efectuarse en diciembre de este año, no ha podido surgir una alternativa de izquierda en el país, lo que de algún modo lo mantiene en un curso encontrado con los regímenes progresistas y socialistas ‘allendistas’ que han surgido y quizás seguirán surgiendo en América Latina. No nos queda sino lamentar que Chile se esté convirtiendo en la más sólida cabeza de puente del imperialismo neoliberal en el Cono Sur y que quizás pueda convertirse a breve o mediano plazo en la Colombia de la región--no la nación ni el pueblo de Colombia, sino su papel actual y ojalá momentáneo de consolidación de la dominación imperialista en la región. Las condiciones actuales, en gran parte posibilitadas por la estructura legislativa e institucional herencia de la dictadura y por el marco neoliberal que permitió el desarrollo del milagro chileno, son y serán administradas por diversos colectivos políticos y de poderes fácticos. El camino de Chile por la senda neoliberal no lo desviará la ideología oficial de los grupos o partidos que obtengan el poder institucional. Pero fuera de su patria, en otras partes del continente, la figura política y precursora de Allende es celebrada no con discursos ni con conmemoraciones, sino con los hechos. En el curso de una década o un poco más, de proyecto excéntrico y condenado al fracaso, la vía chilena de los setenta interpretada y aplicad de manera amplia ha resultado en elecciones con triunfos populares en el continente, y la figura de Allende se revaloriza en los foros populares, progresistas e incluso revolucionarios.


Ciencia ficción: un hipotético socialismo en Estados Unidos

En un hipotético y quizás utópico socialismo futuro en los países desarrollados, especialmente de Norteamérica—ya que a la postre se va a tener que implantar el socialismo en todas partes, para salvaguarda del hombre y el planeta—, va a haber una serie de adaptaciones o particularidades. Porque los procesos socialistas no se hacen en el vacío. Por ejemplo, el color rojo que era color sagrado para los chinos de antes de la revolución no tuvo problema para seguir ocupando un lugar especial en la simbología cultural nacional, nada más que cambiaron sus connotaciones cuando se le agregó su referencia a la revolución que era importada de occidente. Así, podemos esperar este tipo de adaptaciones y la presencia de idiosincrasias en un socialismo estadounidense. Esto último no es tan descabellado como parece, hay bastantes elementos políticos que conjugan teoría y una cierta militancia con décadas de experiencia, aunque bastante sectoriales, un cierto progresismo por causas determinadas, una vaga y reciente actitud antiempresarial, pese a que no hay un discurso tradicional de izquierda como en otros países con un pasado progresista y proto revolucionario, como Chile por ejemplo, o la misma Argentina, donde en la actualidad existen izquierdas vestigiales, fragmentarias y con escasa presencia político institucional. Podríamos indicar que por supuesto, un socialismo en Estados Unidos quizás no se enmarcaría dentro del discurso y tradición de los estados socialistas del pasado, y que se impondría sin un aporte significativo de los cristianos ultra, que tienden a ser derechistas, de destino a la postre incierto, ya que parecen relegados mayormente a áreas rurales en un país que sigue la tendencia general mundial hacia la urbanización

Podemos suponer, siempre en un tono más bien especulativo y a nivel de sus características por así decir culturales, que un socialismo en EEUU carecería de la pacatería que caracterizo a los soviéticos, ya que sería un socialismo de país desarrollado, cuyas masas están acostumbradas en mayor o menos medida a la satisfacción personal y el consumo, y en un país más bien rico, que no necesitaría inculcar en las gente la necesidad de ahorrar energía erótica o sexual para ponerla en el plan quinquenal o las metas estakhanovistas. Además de que los sectores que apoyarían un socialismo contarían entre sus filas a la juventud, que en la Norteamérica anglófona lleva décadas de libertad y experimentación sexual. Porque muchos de los elementos de la "moral revolucionaria" tiene origen especifico en la sociedad y cultura específicos que los producen, aunque sus personeros y voceros menos perspicaces intenten universalizar esos preceptos a todas y a cualquier forma que adapte un eventual socialismo. Es seguro que una ética del trabajo de origen protestante, fuertemente arraigada en la cultura de origen protestante anglófona y anglosajona, seguiría vigente, realzada por la consideración que tiene el socialismo del trabajo como una de las principales actividades humana, o la principal, y que habría que equilibrar una especie de incentivo para los individuos, muy arraigado en esa cultura, con la necesidad obvia y la presencia creciente de la necesidad de una cultura del ‘bienestar social’ (welfare), el descrédito de las actividades de acumulación pura—cada vez más en la mira de los estadounidenses y que asume ahora la forma de la condena de la avaricia (greed) como fuerza moral y motor del avance económico y social—, y la perspectiva negativa de la explotación comercial que generalmente tiene una ideología progresista. No sería tan descabellado. Debemos recordar que científicos, artistas y deportistas constituyen aún hoy parte de las elites incluso en los pocos países socialistas que quedan. Por otro lado no es condición necesaria que en el socialismo de lo que se trata es de igualar todos los aspectos de la vida biológica, social y cultural, salvo en las burdas aseveraciones de la propaganda anticomunista. Incluso el atractivo sexual o erótico (sex appeal) determinado por la cultura y los genes tenderá a obtener más gratificación de los otros entes sexuados de la sociedad de que se trate y un socialismo no estorbado o deformado por restos de ideologías religiosas, tradicionales o burguesas, bajo el nombre que sea, no tendría el tiempo ni la estrechez de miras para legislar o dictaminar sobre eso. Lo mismo pasa con las calificaciones profesionales, o el talento científico o artístico. El IQ o cualquier parámetro de inteligencia y habilidad no lo nivela el socialismo, lo que si hace es sentar bases igualitarias y salvaguardar la integridad de todos los miembros de la sociedad, y eso sí es por así decir sagrado y la base de los planes de bienestar social y educacion y atención no sólo gratuitas, sino que también son un derecho para todos los ciudadanos de un estado socialista, que lo que hace en definitiva es administrar para la sociedad y el desarrollo del hombre/la mujer el plusvalor producto de su propio trabajo social.

Así, y esto es obvio, el por ahora utópico (pero quién sabe) socialismo norteamericano tendrá una faz multiétnica, multicultural, multilingüe hasta donde sea posible y sexualmente igualitaria, para lo que ya existe bastante camino andado y pensamiento y práctica política "radicales", como se llama en Estados Unidos a las posiciones avanzadas y progresistas en cualquier terreno, desde el pacifismo y el feminismo, hasta la defensa de los animales y el ambiente, pasando por la promoción y defensa de minorías étnicas, lingüísticas y sexuales, que han tenido múltiples y fragmentarias manifestaciones históricas en el siglo pasado en Norteamérica, bastante anteriores a su surgimiento en lo que ha dado en denominarse el ‘hemisferio sur’, básica y justamente centrado en el desarrollo y la independencia de las metrópolis, y que debería poder integrarse programáticamente en ese utópico socialismo ‘americano’.


La avaricia, la economía y la (meta)física

Entre las afirmaciones sobre la actual crisis financiera mundial, —que paradojalmente hizo brotar un coro de lamentaciones ante la baja del petróleo, cuya alza había provocado otro rasgar de vestiduras hace algunos meses—, se suele decir, especialmente en el mundo anglosajón, que se la puede achacar a la codicia, avaricia ‘greed’, como se dice en inglés, que en general es una exageración del natural deseo humano de la ‘adquisición’, que luego de una especie de salto cualitativo que la haría pecaminosa, pero menos quizás para los protestantes que para los católicos, por obvias razones históricas. Un gurú de las altas esferas económicas dijo recientemente más o menos que sin la avaricia no habría habido progreso. Esa afirmación, u otras parecidas, es y ha sido bastante habitual en esos medios Hasta Lutero y en una de estas Calvino se deben estar dando vueltas en su tumba, o tomándose un expreso amargo en un café del purgatorio mientras se lamentan de la vida y milagros de su descendencia. Alan Greenspan se fue a la parrilla, y reconoció que a lo mejor se había equivocado un poco al pensar que las codicias individuales de los bandidos capitalistas con libertad para hacer la pata ancha por la falta de regulaciones se iban a equilibrar solitas. A Greenspan lo culpan de la crisis, chivo expiatorio para la mentalidad que ve a la historia como centrada en figuras casi de película western: están los buenos y están los malos, y hay que encontrar figuras individuales que sean el diablo, a la postre culpable de las situaciones que nos aquejan en un mundo que sino fuera por esos detalles sería perfecto. Pero nosotros, la supuesta izquierda, no lo hacemos tan mal tampoco—, para nosotros, y si nos guiamos por nuestra propaganda política, la historia también gira alrededor de individuos, que la manipulan como les da la gana, como si fuera una masa de achura.

Pero es más seria la concepción que le sirve de base a la tesis económica liberal, que parece venir de la ciencia física de buen cubero, cuyo origen es nada menos que Newton, con su tendencia a la homeostasis. Si uno le echa un poco de agua caliente a un tiesto de agua fría, en un rato se va a producir agua tibia, es decir que el equilibrio molecular se produciría solito. Lo que también pasa en el mundo de la economía, siempre que se deje a los actores económicos tranquilos, sin ponerles trabas a sus naturales instintos de competencia. El mercado vuelve solito a la entropía. Pero no hay que escandalizarse tanto, desde chiquitito en Avellaneda me pasaba bastante tiempo contrastando en mi mente infantil y sin embargo precoz, —y mientras mis coetáneos con los pies más sentados en la tierra y en sus años jugaban a al trompo o a las bolitas—, el éxito económico de tanto bolichero de variada procedencia étnica (sin menoscabo ni displicencia, e incluso de algunos criollos, no se crean) con sus conversaciones a las que paraba oreja esperando que me atendieran, ya que siempre he sido petiso y no se daban cuenta de mi presencia, y que revelaban lo estrecho de sus miras en los otros aspectos no comerciales de la ontología, epistemología y axiología de este vasto mundo que nos cobija y nos rodea. Por otro lado, el equilibrio se da en la naturaleza y es posible suponer que desde cierta perspectiva sí que se establece un estado homogéneo si se deja a las fuerzas del mercado que operen solas, sin intervención.

Claro que de ahí a que ese resultado sea deseable desde nuestro punto de vista es otra cosa. Desde la perspectiva humana por ejemplo, puede ser la paz de los cementerios. El equilibrio del mercado se mantendrá basado en un estado de cosas hecatómbico. Por ejemplo, en las ciencias físicas si se deja que las cosas funcionen solas se llegará por fuerza a la entropía, es decir al estado de la materia más probable, más simple, a la paulatina degradación que llevaría a una uniformidad cósmica homogénea y fría. Pero entonces se pasan a explicar las complejidades naturales existentes, —por ejemplo la vida misma— con la presencia de la negentropía, tendencia a estados y sistemas de complejidad creciente, que contrarrestaría a la entropía, siendo una fuerza casi antitética en términos dialécticos, que en el mundo de la economía y dada esta mentalidad del calco de la física tradicional que prima en la economía, sería el crecimiento económico, el progreso, el avance, el así llamado ‘desarrollo’. La falta de índices cuantitativos de avance económico significaría el estancamiento y la disolución del sistema, entonces tiene que haber ‘crecimiento económico’para evitar la disolución total. La falta de ajuste de este modelo a la postre ideológico con el universo de operación finito del planeta tierra, hace que este esquema calcado de la física pre quántica y pre relativista se demuestra por ejemplo en que por lo general las poblaciones humanas tienden a liquidar el hábitat por su impulso a consumir todos los recursos. Se ha descrito abundantemente el destino de los habitantes de Rapa Nui, que se comieron y gastaron todo lo que había a la mano y se extinguieron. Algo así se esboza también para las ciudades mayas inexplicablemente abandonadas, pese a que los mitificadores de la relación del aborigen con su entorno, descendientes todos de Rousseau, proclaman su básico equilibrio indígena con el mundo natural, que habría sido alterado con los modos de producción ‘progresistas’ acarreados por las diversas colonizaciones. Pero en definitiva, y volviendo un poco a lo que decíamos al comienzo, se puede identificar el impulso por así decir natural de la partícula biosocial humana a la fagocitación de los recursos ambientales, tendencia que la economía de libre mercado considera un rasgo esencial del comportamiento, y que no está motivado sólo por la satisfacción de necesidades, reales o simbólicas o metafóricas, sociales, etc., sino también por la acumulación per se. Este estado de cosas dejado en libertad llega a una entropía onda cementerio, como se decía. De ahí que se postula la negentropía del desarrollo cuantitativo, dado que los excedentes restantes no consumidos de esta acumulación, después de varias mediaciones, etc., darían nacimiento a las complejidades negentrópicas, es decir la cultura, el estado, las instituciones y contratos sociales, etc., que a su vez equilibrarían la entropía. Pero este esquema basado en el crecimiento económico supone un ámbito de recursos inagotables, lo que no siendo así impone la necesidad de la regulación de todo el proceso por una entidad equis, llamémosle el estado. Así, incluso para cualquier buen libremercantilista a ultranza que piense un poco a largo plazo, la necesidad de la regulación en última instancia es inevitable, salvo que empecemos a colonizar y explotar los cuerpos celestes a corto o mediano plazo para comernos esos recursos y multiplicarnos otro poco, en tanto fuerza de trabajo/consumo. Faltando esta última posibilidad, lo que queda por determinar es si el estado va a ejercer su papel en pro de la supervivencia de la especie humana como tal, es decir limitando el impulso de acumulación y el impulso al desarrollo y pactando una paz con un hábitat delimitado. O se va a convertir en la sanción suicida de la tendencia parasitaria liberal.


Revolución, partido, proletariado

La lectura de la nota anterior en esta página que me arriesgo a decir frecuenta una especie de elite un poco aparte de los lugares comunes de la literatura y las ideas—no intento calificar esa distancia como positiva ni como negativa, ya que debo reconocer que no soy muy adicto a la escatología por muy ingeniosa que parezca ni al subgénero de la literatura fantástica—, me lleva a plantearme algunas breves interrogantes respecto a los partidos y procesos revolucionarios y su sujeto o destinatario, interrogantes cuy intento de respuesta iniciaré en esta primera entrega, mediando el compromiso formal del editor de no censurar o alterar mis textos.
En primer lugar un partido revolucionario es un instrumento de praxis política estratégica y táctica. No es un partido puramente electoral, como los demás partidos en una democracia burguesa ni están destinados entonces a una pura pugna electoral—esto ya descalifica a una buena parte de los partidos progresistas o socialistas no sólo en América Latina sino en todo el mundo. A menos que el partido en cuestión defina a la así llamada ‘vía electoral’ como la única posible y adecuada y restrinja a ese marco su actuar político. Pero sólo podrá ser un partido u organización revolucionaria en la medida en que acepte como supuesto que un logro del poder electoral abre las puertas al ejercicio casi irrestricto del poder político, militar y económico que supone ese cambio radical de sistema económico y social que se denomina ‘revolución’. Que por otra parte no tiene porqué ser un cambio súbito. Es posible al menos teóricamente que la acumulación de alteraciones hacia un cambio radical—elemento cuantitativo—pueda en algún momento hacer que el ‘estado de cosas’ experimente un salto cualitativo. En esa concepción expresa o tácita, dicho sea de paso, se basan las estrategias y programas así llamados ‘reformistas’ y de la ‘revolución por etapas’. Pero de alguna manera al momento de presentar ante las bases potenciales la alternativa de una revolución por etapas versus una revolución rupturista y súbita que cambie de la noche a la mañana el sistema, o lo invierta, los sectores más dinámicos serán más proclives a seguir el mito de la revolución violenta y radical, una especie de Armagedón, de Conflicto de los Siglos, como lo denomina la mitología escatológica adventista, ese combate definitivo entre las fuerzas reaccionarias de Mal y de la revolución, del Bien, que suprimirán las injusticias e inequidades de una vez y para siempre, haciendo de la tierra en paraíso. A lo largo de la historia, las revoluciones planteadas de esta última manera son las que han conseguido ‘movilizar a las masas’ y desafiar al sistema y derrotarlo, aunque sea temporalmente mientras no cambien los marcos socioeconómicos globales que las posibilitaron. Así, pareciera que la formulación del proyecto revolucionario pudiera ser un disparedero para la concreción de la revolución o de un recurso político en ese sentido.
Pero entonces—y nada de esto es nuevo—¿en qué queda la determinación social de las ideas, la primacía de la infraestructura sobre la superestructura, lo real que determina la conciencia, y no a la inversa?. En el marxismo hay una contradicción insoslayable entre la interpretación de la historia que estaría determinada por una base material y social que guía sus avatares, por un lado, y la práctica (praxis), que encarnada en partidos y organizaciones revolucionarias lleva hasta el máximo el espectro del accionar político y ejercita la posibilidad de operar desde la superestructura hacia la base material. Así, los análisis de coyuntura de los partidos que se consideran y tienen tradición marxista oscilan entre el seguimiento de las alternativas de las actuaciones de líderes y grupos, alabando a unos y denostando a otros según su posicionamiento en el tablero del conflicto de que se trate, y el análisis de las condiciones socioeconómicas, el desarrollo de las fuerzas productivas, la correlación de fuerzas, etc. Se puede afirmar que casi en cada documento y pronunciamiento de los partidos y organizaciones marxistas tradicionales es posible advertir el juego, la separación y el intento de equilibrio de estas dos tendencias opuestas. A veces el partido establece una estrategia que teóricamente sigue la evolución del desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción y —no creo que mucho en la actualidad—trata de reflejar en su programa esa evolución de modo en modo de producción que habrá de desembocar inevitablemente en el socialismo y luego en el comunismo, momento en que la revolución guiada por el partido sería la suave partera de un proceso que se habría venido gestando desde el comienzo mismo de la historia. Otras veces se privilegia el accionar del grupo o clase ‘detonante’, del partido profesional de cuadros cuyo accionar puede desencadenar y guiar un proceso revolucionario cuyo requisito básico es la existencia de contradicciones socioeconómicas agudas. Así se desemboca en lo que la otra tendencia denomina el ‘voluntarismo’, pero que del que no se encuentra totalmente libre, ya que en general una institucionalidad fruto de una revolución desembocará—por lo menos así ha pasado históricamente—en un culto más o menos intenso a la personalidad de un líder más o menos infalible que opera en la sociedad y la historia.
El partido es la vanguardia de la clase proletaria, que a su vez puede denotar a diversos grupos sociales—a pesar de los obrerismos o populismos que quisieran un ‘proletariado esencial’ para llamarlo de alguna manera, básicamente constituido por los obreros asalariados fabriles, los obreros agrícolas, en cualquier momento y lugar. O por los ‘pobres del mundo’. En su origen conceptual marxista el proletariado se define más bien por su posición respecto a una contradicción, una oposición, como el extremo último de la apropiación enajenatoria, que a fuerza de serlo pasa a convertirse en la negación potencial del orden social, o ‘sistema’ que en definitiva se levanta sobre él. Al sustituirse el proletariado a esta relación material y de poder, el orden anterior se derrumba. Así, el proletariado se define por su capacidad de negación del orden económico, social y cultural. Así se puede afirmar que puede perder ‘sólo sus cadenas’. El proletariado carecerá entonces, entre otras cosas, de una cultura y una sociabilidad en un sentido positivo, ya que de la misma dimensión total de su despojo, de su no ser, o de su ser como negación es desde donde surge su capacidad revolucionaria de negar el orden de cosas imperante. No deja de ser curioso, sin embargo, que en esa creación de gabinete que se llamó—y se llama, ya que permanece con poca variación en la mayor parte de la producción artística popular—el realismo socialista, se representa esta contradicción, ya que la atención está puesta en la representación de la realidad social y su narrativa, pero actuada o representada por figuras heroicas, míticas.
Es pues, en este contexto donde cabe definir el grupo, clase, estamento, etc., que será el motor y sujeto del proceso revolucionario, el ‘proletariado’ y decidir asímismo si es por su eventual productividad revolucionaria o por otras características que se determinará este proletariado. En el primer caso lo que importará será la capacidad del colectivo para desencadenar el cambio revolucionario y posteriormente implementarlo. Ahí puede decidirse si se trata del campesinado, un sector etnocultural determinado, la población total de un país en situación colonial o neocolonial excluyendo a su burguesía dependiente, aunque no siempre. Una clase detonante, como la pequeño burguesía urbana, el clásico proletariado industrial del primer comunismo, etc. El otro aspecto de la decisión conlleva escoger a ese colectivo en términos de ser el mayor beneficiario del proceso en tanto sujeto a una carencia o privación o desventaja radical que la revolución vendría a corregir, eliminando de paso las trabas y carencias de la población en general—el universalismo de la revolución. Queda en claro que no se trata siempre de elecciones totalmente conscientes o programadas, aunque sean siempre programáticas, ni que sean mutuamente excluyentes. Por el contrario, en la mayoría de los casos se trata de una situación aleatoria que combina a ambos aspectos, que tienen que hacerse coincidentes en mayor o menor medida, siendo la situación ideal aquella en que el colectivo por así decir ‘beneficiario’ del proceso revolucionario es a la vez su sujeto.


El nuevo radicalismo ambiental como salvación de la especie

Una de las interrogantes más urgentes de nuestro tiempo es la siguiente. ¿Cómo se puede equilibrar una sociedad equitativa, —que no igualitaria, ya que la igualdad no existe ni puede existir— y ambientalmente responsable, con el así llamado desarrollo? No se puede. Ni tampoco el desarrollo garantiza la supervivencia de la especie. Quizás la única garantía de supervivencia para el género humano, indisolublemente ligado al ‘resto’ de las variadas ontologías del planeta, es la contención del desarrollo económico, urbanístico, social, dentro de los límites actuales del hábitat del ser humano y de su explotación actual de recursos, ya que no es posible bajo ningún concepto hacer que retrocedan, lo que sería un desiderátum. Para hacer esto último, es decir para de algún modo hacer retroceder estos factores, no existen en la actualidad ni las herramientas políticas, ni las manifestaciones ideológicas o culturales, ni la remota posibilidad de que se pudiera instaurar un sistema que pudiera hacerlo manteniendo a la vez un mínimo de equidad y libertades. Es decir, que no se puede concebiblemente disminuir gradualmente la población mundial mediante controles de natalidad, estímulo del aborto, etc., ni reducir la urbanización e industrialización, sin recurrir a una estructura de poder que convertiría a todos los regímenes autoritarios del pasado en un fin de semana en Mar del Plata, aunque quizás esa sea la única manera a largo plazo de regenerar nuestro medio ambiente, cuya degeneración al parecer irremediable implica nuestra propia degeneración como organismo animal colectivo, y a la postre quizás hasta nuestra extinción.

Y ni siquiera nos refiramos al chiste de mal gusto, a la broma macabra que es el tan solo insinuar que esta contención del desarrollo económico y el aumento de la población se pueda llevar a cabo en los presentes términos de referencia económicos, sociales y geopolíticos mundiales, o sus ideologías subyacentes y manifiestas que por una parte enaltecen el provecho personal, la explotación en vista de obtener beneficios de todo elemento natural y humano existente; la valorización del éxito económico personal y del trabajo en abstracto como cualidades intrínsecas; el libre mercado en que todo lo que existe es mercancía o susceptible de convertirse en mercancía, incluso los seres humanos, una concepción del desarrollo que abarca a todo el universo en términos de convertirlo en elementos consumible, todo esto a veces visto como formando parte de una paradojal y casi grotesca concepción del cristianismo. A lo que se enfrentan concepciones parateológicas igualmente horrendas que instauran la diferencia infranqueable entre los sexos, una sociedad dividida en castas y sujeta a una tiranía puritana, regida por señores a la vez feudales, religiosos y capitalistas.

Entonces, dentro del marco ideológico y de poderes fácticos actuales no cabe la ‘stasis’, derivada de la palabra griega stasis, que fuera de sus concreciones sociopolíticas en la misma antigüedad griega significa ‘acción de estar’ "mantener en el mismo nivel", “pararse”, y que en algunos restringidos círculos ecológicos, ambientalistas, científicos y progresistas ha pasado a significar un programa que llevado a su forma más escueta sería cero desarrollo económico, cero crecimiento de la población, como expresión de la necesidad ineludible de detener el así llamado desarrollo si queremos salvar a este planeta para que siga siendo nuestra casa, ya que las posibilidades de irnos a otro, aparte de estar condicionadas por la pertenencia a ciertos países, ciertas esferas etnoculturales, políticas y económicas, llevan la discriminación incluso a niveles de la sobrevivencia de la especie. Como dice Gustavo Esteva, “Para muchos de nosotros, el ideal del progreso está maduro para el museo”. Es de esperar que uno de los logros políticos de este continente latinoamericano, laboratorio de nuevos experimentos sociales y que tantas sorpresas está brindando a la humanidad desde México hasta la Patagonia, desde Obrador y el Comandante Marcos hasta Evo Morales, pasando por Chávez, haga cuajar algún germen de la manifestación política de esta nueva, aunque quizás dura, manera de concebir las relaciones del hombre y el medio ambiente en este planeta tierra, nueva manera que no se puede realizar bajo el estandarte de la economía de mercado ni del capitalismo y que en algunos círculos, como repetimos, recibe el nombre de Estasis.


El fin de la humanidad

No pareciera que un artículo serio pudiera llevar este título. Eso hay que dejarlo para la miríada de novelas y películas apocalípticas y post apocalípticas a disposición de los públicos lectores y cinematográficos. ¿Pero por qué no? ¿Acaso no es más o menos eso lo que se deja entrever en casi todos los ítemes noticiosos realmente importantes de cualquier noticiario que se respete?. Aquí no estamos hablando de las guerritas étnicas o religiosas que se arrastran más o menos soterradas hasta que brota una nueva que eclipsa por unas semanas a las demás, o una pasa a primer plano, cuando alguna pandilla de lunáticos le corta la garganta a una cantidad tal de niños y mujeres que se considera digna de aparecer en las noticias internacionales.

No. Aquí se trata de la aniquilación de la especie debido al agotamiento de las fuentes de vida, o su empobrecimiento o ruina: el agua, el aire, los vegetales y animales. No es algo que carezca de precedentes. Cuando los pascuenses se comieron y gastaron todos sus recursos, comenzaron a comerse entre ellos casi hasta extinguirse. Es posible que las ciudades mayas sufrieran una suerte parecida de agotamiento de recursos, lo que habría llevado a su abandono. Es que el animal humano “se come todo lo que camina”, frase de Burrougs en una de sus novelas. Y se multiplica hasta cubrir todo el territorio disponible. La confluencia de ambos impulsos se puede dar en dos condiciones: la especie es infinita y el hábitat es infinito, o ambos son finitos, es decir se terminan. Pareciera no haber posibilidad de equilibrio entre hábitat y especie humana, ya que el progreso ha eliminado los factores limitantes naturales. Sin embargo, se pueden plantear utopías y existen los remanentes de pueblos que en un pasado no demasiado remoto equilibraban sus necesidades con la preservación del medio ambiente, los pueblos indígenas. Aún se puede plantear como alternativa para la supervivencia la relación indígena con el entorno, pero es casi imposible su puesta en práctica sin reducir muy drásticamente la relación entre persona y hábitat. En otras palabras no se puede llevar a cabo en las sociedades modernas, por el mero número de gente involucrada. Además, el control de las necesidades de consumo y desarrollo, tanto en el mundo desarrollado como en el otro, tanto en el Norte como en el Sur, es una tarea imposible, ya que implica imponer limitaciones—de producción, de crecimiento de la población, de urbanización, de consumo, etc.. En este momento no se cree en la centralización absoluta de todos los medios y recursos, ni se tolera la rígida jerarquización de la sociedad en una élite culta de manejadores paternales y el resto, lo que podría aminorar el proceso de desgaste del medio ambiente y sus recursos. La caída del así llamado ‘Bloque socialista’ empeoró las cosas al desacreditar la centralización del poder, el estado, la economía dirigida, etc., siendo que un gobierno de extensión universal y poderes casi inimaginables sería una solución para establecer por lo menos una ‘detente’ en el así llamado desarrollo, no una reversión, que parece imposible, sino una ‘stasis’, una situación de cero crecimiento económico y cero aumento de la población. Un gobierno así tendría las características de un socialismo, ya que reglamentaría y controlaría la economía. Pondría el acento en aspectos ajenos a lo económico en tanto empresa individual y competitiva, y haría hincapié en valores y discursos comunitarios, medioambientales y culturales. Desde el momento en que las religiones promueven de una manera u otra el “creced y multiplicaos” o ejercen el control genético tribal (por ejemplo mediante la circuncisión femenina y el enclaustramiento de las mujeres), tendría que ser un estado tan universal como ateo. Pero esta alternativa va contra dos impulsos incontrarrestables del animal humano: la multiplicación hasta el límite del ambiente y la ingestión de la realidad objetiva. Los detractores de este verdadero y utópico ‘socialismo real’ verían este tipo de sociedad como una especie de panal o colmena, y se preguntarían si sus ciudadanos serían todavía gente. A lo que cabría responder que lo más probable es que se instaurara una individualidad concreta, basada en sexo, inteligencia, habilidades, edad, raza, cultura, apariencia física, etc. Es en la sociedad mercachifle que la gente se define por su función económica, que pasa a obliterar la verdadera—concreta-- individualidad.

Otra posibilidad que se está comenzando a esbozar, al menos en algunos medios, es el ‘cyborg’, cuyo equivalente en español no conozco. Es un ser compuesto en gran medida de metal y plástico, cuyas funciones vitales pueden depender en gran medida de otros componentes de creación artificial. La supervivencia del tejido nervioso sería lo único imprescindible, y la nanotecnología ya anuncia la posibilidad de la combinación de la célula nerviosa con un ‘microchip’ de silicón. Esta segunda alternativa ofrece la posibilidad de que no hay que preocuparse demasiado ni del agotamiento de los recursos naturales ni de la degradación del medio ambiente, total de alguna manera vamos a seguir cascando. Tampoco es motivo de alarma que la conquista del espacio no siga con el ritmo que se esperaba hace algunas décadas, ya que el confinamiento al medio ambiente terrícola ya no implica a largo plazo la desaparición de la especie, pudiéndose vivir de alguna manera en un mundo ya desprovisto, o casi, de elementos orgánicos superiores. En una variante de este escenario, se prevé una confrontación final entre hombres y máquinas, que terminarían por adueñarse del mundo una vez que nosotros perfeccionemos la inteligencia artificial (Terminator II). ¿Para qué quedarse a medio camino?. Desde la perspectiva de la máquina, el componente humano del hombre-máquina (La Mettrie) es imperfección perecedera, que la máquina visualizaría con repugnancia como una especie de cáncer (The Matrix).

El tercer escenario es que surja una mutación del ser humano, adaptada a las nuevas condiciones ambientales y que termine por imponerse por la fuerza de las cosas, por ejemplo su inmunidad frente al SIDA y a las nuevas enfermedades mutadas que causarían estragos en el hombre actual. Habría que preguntarse cuáles serían las características de este recién llegado. El doctor Robert Leech de la Universidad de Medicine Hat sostenía que así como el Cro-Magnon había suplantado paulatina o súbitamente (con las implicaciones de esto último) al Homo Neardhentalensis, él estaba seguro de que una nueva mutación del Homo Sapiens estaba echando los primeros brotes en el árbol genealógico de la humanidad. Incluso se adelantaba a suministrar algunas de las características potenciales o factuales de esta nueva subespecie: si el Cro Magnon se estaba multiplicando hasta el agotamiento del medio ambiente, la nueva mutación tendería a ser numéricamente limitada compensando quizás mediante la longevidad, aunque era de esperar que en el período de su brote inicial pasara por algo así como una explosión demográfica. El nuevo mutante tendría que tener por fuerza una mayor resistencia al SIDA y a los contaminantes atmosféricos, radioactivos, emisiones solares, etc., que ya producían cánceres en todo el mundo, así como mutaciones letales, y quizás esta misma mutación fuera el resultado de los anteriores factores. Hay que recordar que las mutaciones inducidas en la mosca de fruta eran casi todas letales, pero algunas producían variedades resistentes. Las otras características de este mutante serían difíciles de conjeturar desde una perspectiva por así decir humana, pero era de suponer que así como el Cro Magnon había exterminado (o ingerido) al Neardhental,y luego había llevado al borde de la extinción a los otros primates, el Homo Actualis (como el científico denominaba al Homo Sapiens Sapiens), habría de ser la víctima, por la fuerza de las cosas, del Homo Diferens, como el académico llamaba a la subespecie por venir.

En resumen, estos tres caminos son los que aparecen y reaparecen por aquí y por allá, Uno producto de la naturaleza (el tercero) y dos que son fruto de la volición humana, aunque no creo que se hayan plateado de manera programática.. Hasta donde yo sé, ningún partido o agrupación tiene entre sus metas a la Stasis, repetimos, cero crecimiento económico, cero aumento de la población.

¿Y qué pasa a todo esto con la entidad orgánica de todo el planeta, la famosa Gea, o Gaia?

Bueno, que escriba y que mande fruta.